Luces calientes.

La ciudad esperaba desde hacía veinte mil años. La ciudad esperaba con sus vidrios y negras paredes de obsidiana; y sus altas torres y sus desnudas torrecillas, con sus calles desiertas sin papeles ni huellas digitales. Esperaba... y el planeta daba vueltas en el espacio alrededor de un sol blanco y azul, y las estaciones pasaban del hielo al fuego, y otra vez al hielo, y los campos verdes se convertían en prados amarillos.Y en la mitad del año veinte mil, la ciudad dejó de esperar. (…) Ahora la ciudad estaba totalmente despierta. Los ventiladores aspiraban y expiraban el aire, el olor a tabaco, el perfume jabonoso de las manos. Hasta los globos oculares tenían un leve olor. La ciudad registró esos olores, obteniendo un total que se unió a los otros totales. Las ventanas brillaron. La Oreja se endureció y estiró más y más su piel de tambor. Todos los sentidos de la ciudad hormigueaban ahora; contaban las respiraciones y los sordos latidos de corazones ocultos, escuchaban, observaban, gustaban. Pues las calles eran como lenguas y, allí donde pisaron los hombres, el gusto de las botas fue absorbido por los poros de las piedras. Ese total químico, tan sutilmente recogido, se añadió a las sumas que crecían y esperaban el cálculo final.
La ciudad, Ray Bradbury.

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